jueves, 7 de marzo de 2013

Cap.68 (Valeria Monge Azofeifa)

Apenas él le amaba el poema, a ella se le agotaban décimo y caían en huecos, en salvajes ríos, en sustos exasperantes. Cada vez que él procuraba remas las olas, se enredaba en un grito temeroso y tenía que tranquilizarse de cara al novato, sintiendo cómo poco a poco las ardillas se esfumaban, se iban trepando, como el tambaleo de organetas al que se le han dejado caer unas filas de concordia. Y sin embargo era apenas el principio, porque en un momento dado ella se retorcía los orgullos, consintiendo en que él aproximara su amor. Apenas se animaba, algo como un hoyo que los encontró los asustaba y se morían del miedo, de repente era el clon, las estrellas convocaban de las métricas, la jade embellecida del brillo, los poemas del paso en una sombra malvada. ¡María! ¡María! aplausos en la casa del murciélago se sentía palpitar, premios y oráculos. Temblaba el tronco, se vencían las mariposas y todo se resolvía en un profundo príncipe, en novelas de atendidas gasas, en carnes casi crueles que los órganos hasta el límite de las grúas.

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