domingo, 3 de marzo de 2013

Cap.68 (María Fernanda Cruz 7-1)

 Apenas él le hablaba del poema, a ella se le aceleraba el corazón y caían en burlas, en salvajes pozos, en momentos exasperantes. Cada vez que él procuraba derramar cosas confusas, se enredaban en un lugar peligroso y tenía olvidarse de atrapar al malo, sintiendo cómo poco a poco las amigas se separaban, se iban olvidando, enojando, hasta quedar tendido como el anciano de Arizona al que se le han dejado caer unas migajas de amor. Y sin embargo era apenas el principio, porque en un momento dado ella se torturaba los ojazos, consintiendo en que él aproximara suavemente sus labios. Apenas se encontraban, algo como un ruido los desconcentraba, los incomodaba y desesperaba, de pronto era el amor, las rosas flotantes de las mágicas y las personas, la tarde se alejaba del sol, los hombres del orgasmo en una triste pausa. ¡Isabel! ¡Isabel! Recostados en la cresta del reino, se sentía el mar, viento y murmullos. Temblaba el relo, se vencían las horas, y todo se miraba en un profundo príncipe, en idiomas de grandes gasas, en caricias casi crueles que los ordenaban hasta el límite de las grutas.

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