lunes, 1 de abril de 2013

Ventanas mirando (Alejandro Matamoros 7-2)

Celosías que duermen en la noche
Noche que siempre lo aburre a uno
Uno más de quien hablar
Hablar de quienes se duermen
Duermen todos los días
Días que siempre son calurosos
Calurosos soles de fuego
Fuego que saca humo
Humo que pega en la ventana
Ventana que se quiebra con facilidad
Facilidad de mirarte todos los meses
Meses que son divertidos
Divertidos árboles frente a las ventanas
Ventanas sucias,
por el humo
por el barro.

La vida del cuerpo (Alejandro Matamoros 7-2)

Laberintos rojos de la piel
Círculos coloridos que parpadean
La cueva que siempre se mueve en la cara
Los límites de acción dentro del cuerpo
El material duro que siempre se quiebra
La parte lisa que sirve como alfombra
Escobas largas con flexibilidad
Tesoro ovalado que siempre se moja
El cuerpo, esa gaveta llena de cosas.

lunes, 18 de marzo de 2013

Cap.68 (Daniela Contreras 7-2)

Apenas él le amaba el poema, a ella se le golpeaba el permiso y caían en floriturias, en salvajes demonios, en sustos exasperantes. Cada vez que él procuraba reclamar las pelusas, se enredaba en un lagrimado quejumbroso y tenía que evolucionarse de cara a la novela, sintiendo cómo poco a poco las ardillas se espeluznaban, se iban encontrando, cumpliendo, hasta quedar tendido como el hiato de manía al que se le han dejado caer unas filas de ortodoncia. Y sin embargo era apenas el principio, porque en un momento dado ella se tardaba los horarios, consintiendo en que él aproximara suavemente sus unicornios. Apenas se entrelazaban, algo como un anuncio los interrogaba, los extrañaba y movía, de pronto era el ciclón, las furiosas repugnantes de las matemáticas, la brillante lluvia del orgullo, los premios del espasmo en una lunática pausa ¡Robé! ¡Robé! esposados en la cresta del aprecio, se sentía parar, perdidos rulos. Temblaba el por, se vencían las mariposas, y todo se resolvía en un profundo pinche, en lanas de tendidas gasas, en caricias casi crueles que los apenaban hasta el límite de las atrofias.

jueves, 7 de marzo de 2013

Cap 68 (Ariana Castillo Guzmán 7-1)

Apenas él le amaba el poema, a ella se le agolpaba el clamor y caían en hipocondría, en salvajes abonos, en sustos exasperantes. Cada vez que él procuraba reclamar las pelusas, se enredaba en un grillado quejumbroso y tenía que evolucionarse de cara al nuevo, sintiendo cómo poco a poco las ardillas se juntaban, se iban tronado, cumpliendo, hasta quedar tendido como el termostato de epistemología al que se le han dejado caer unas figuras de anaconda. Y sin embargo era apenas el principio, porque en un momento dado ella se torturaba los húngaros, consintiendo en que él aproximara suavemente sus ofendidas. Apenas se entreabrían, algo como un unicornio los desorbitaba, los extraterrestres y movía, de pronto era el cliché, el estereotipo convocante de las marcas, la jadeante embocadura del orgullo, los bohemios del mercado en una sobredosis pausa. ¡Oye! ¡Oye! Posados en la cresta del muelle se sentía balmoral, perlas y células. Temblaba el block, se vencían las plumas, y todo se resolvía en un profundo, en las lamas de tendidas gasas, en caricias casi crueles que los empeñaban hasta el límite de las rupias.

Cap.68 (María Pampillo 7-4)

Apenas él le besaba la espalda, a ella se le agolpaba el permiso y caían en lujurias, en salvajes pasiones, en sustos exasperantes. Cada vez que él procuraba lamer las comisuras, se enredaba en un gemido quejumbroso y tenía que resolver de cara al hombro, sintiendo cómo a poco las cosquillas se empujaban, se iban amoldando, repudiando hasta quedar tendido como el tercio de egoísmo al que se le han dejado caer unas figuras de caricias. Y sin embargo era apenas el principio, porque en un momento dado ella se perturba las locuras consintiendo en que él aproximara suavemente su ofrenda. Apenas se entorpecía, algo como un dolor los engrandecía, los atrapaba y movía, de pronto era el grito, los esfuerzos convocantes de las amantes, la jadeante embocadura del orgullo, las expresiones del paso en una sobre humana pausa. ¡Espera! ¡Espera! Reposados en la cresta de la cama, se sentía palpitar, delirios y pesados amores. Temblaba el crujir, se vencían las necesidades de ayudas gasas, en malicias casi crueles que los ordenaban hasta el límite de las angustias.

Cap.68 (Andrea Ramírez Maldonado 7-4)

Apenas a él le daba el dolor de cabeza, ella se iba y lo dejaba solo y caían en lianas, en salvajes ramas, en espinas exasperantes. Cada vez que él procuraba relajarse las espinas, se enredaban en un brazo y tenía que quedarse quieto de cara a la pero de sus pesadillas, sintiendo cómo poco a poco las espinas se iban clavando, se apretando y rasgando hasta quedar tendido como un cadáver al que se le han dejado caer por una peña. Y sin embargo era apenas el principio, porque en un momento dado ella se balancea hacia lo peor, los dolores que sentía eran horribles. Apenas se movía un poco, algo con púas los rasgaba, los dolores y la paranoia se apoderaban de él, de pronto era el brazo, las púas de las ramas le habían atravesado el brazo derecho, la sangre corría, los sentimientos del dolor y su posible muerte en un lugar de nadie. ¡Ayuda! ¡Ayuda! Gritaba en el medio de una selva debajo de la tierra, se sentía atrapado, miedo, desesperación y frío. Temblaban el brazo izquierdo y el derecho, se le vencían las horas de vida, y todo se resolvía en un profundo sentimiento, en un momento de desesperación y furia, en caricias de la muerte que lo agobiaban hasta el límite de su propia vida.

Cap.68 (Valeria Monge Azofeifa)

Apenas él le amaba el poema, a ella se le agotaban décimo y caían en huecos, en salvajes ríos, en sustos exasperantes. Cada vez que él procuraba remas las olas, se enredaba en un grito temeroso y tenía que tranquilizarse de cara al novato, sintiendo cómo poco a poco las ardillas se esfumaban, se iban trepando, como el tambaleo de organetas al que se le han dejado caer unas filas de concordia. Y sin embargo era apenas el principio, porque en un momento dado ella se retorcía los orgullos, consintiendo en que él aproximara su amor. Apenas se animaba, algo como un hoyo que los encontró los asustaba y se morían del miedo, de repente era el clon, las estrellas convocaban de las métricas, la jade embellecida del brillo, los poemas del paso en una sombra malvada. ¡María! ¡María! aplausos en la casa del murciélago se sentía palpitar, premios y oráculos. Temblaba el tronco, se vencían las mariposas y todo se resolvía en un profundo príncipe, en novelas de atendidas gasas, en carnes casi crueles que los órganos hasta el límite de las grúas.

Cap.68 (Christyellen Batres 7-1)

Apenas él le hablaba el poema, a ella se le ablandaba el permiso y caían en mulas, en salvajes embolias, en sustos exasperantes. Cada vez que él procuraba reclamar las medudas, se enredaba en un firmado quejumbroso y tenía que evolucionarse de cara al óvalo, sintiendo cómo poco a poco las ardillas se esperanzaban, se iban apelotando, reprimiendo, hasta quedar tendido como el marciano de economía al que se le han dejado caer unas filosas de mitocondria. Y sin embargo era apenas el principio, porque en un momento dado ella se torturaba los húngaros, consintiendo en que él aproximara suavemente su orfanato. Apenas se emplumaban, algo como un unicornio los espiaba, los extremaba y movía, de pronto era el ciclón, las furiosas contundentes de las materias, la jadeante desembocadura del orgullo, los premios del pasto en una sobrehumana pausa. ¡Emanuel! ¡Emanuel! posados en la cresta del muro, se sentía balancear, pepinos y rulos. Temblaba el trote, se vencían las mariposas, y todo se resolvía en un profundo príncipe, en teoremas de argumentos gasas, en caritas casi crueles que los ordenaban hasta el límite de las uñas.

Cap.68 (Marlon Josué Chavarría Delgado 8-3)

Apenas él le amaba el poema, a ella se le agotaba el permiso y caían en hidrógeno, en salvajes embolias, en sustos desesperantes. Cada vez que él procuraba reclamar las incompetencias, se enredaba en un mimado espumoso y tenía que evolucionarse de cara al novato, sintiendo cómo poco a poco las ardillas se jugaban, se iban apretando, reduplicando, hasta quedar tendido como el trimestre de economía al que se le ha dejado caer una fluidez de ortodoncia. Y sin embargo era apenas el principio, porque en un momento dado ella torturaba los usuarios, consintiendo en que él aproximara suavemente sus puños. Apenas se entregaban, algo como un unicornio los entrevistaba, los extra  jugaba y parodiaba, de pronto era el ciclón, las furiosas consultantes de las maricas, la volante emboscada del orgullo, los premios del mercado en una sobremesa menopausia. ¡Choque! ¡Choque! esposados en la cresta del murillo, se sentía mal, pepinos y maduros. Temblaba el troc, se vencían las mariposas y todo se resolvía en una profunda piscina, en viajes de argumentadas gasas, en caricias casi crueles que los operaban hasta el límite de las rugidas.

Cap.68 (Ana Cristina Arguedas Barrantes 7-2)

Apenas él le aclamaba el poema, a ella se le golpeaba el léxico y caían en ataduras, en salvajes geranios, en pétalos extravagantes. Cada vez que él procuraba relatar las pelusas, se enredaba en un engripado quejumbroso y tenía que emocionarse de cara al óvalo, sintiendo cómo poco a poco las ardillas se espeluznaban, se iban apelotando, reduciendo, hasta quedar tendido como el maltrato canino al que se le han dejado caer unas frituras de concha. Y sin embargo era apenas el principio, porque en un momento dado ella se torturaba los lugares, consintiendo en que él aproximara suavemente su olfato. Apenas se emplumaban, algo como un unicornio los estresaba, los estrangulaba y paraba, de pronto era el limón, la extra olorosa comunicante de las métricas, la olla de lluvia del orgullo, los expertos del metatarso en una sobrehumana pausa. ¡Evolé! ¡Evolé! Posados en la punta del muro, se sentía en altamar, felinos y maduros. Temblaba el bloc, se vencían las las plumas, y todo se resolvía en un profundo pincel, en llamas de tendidas gasas, en caricias casi crueles que los perdonaban hasta el límite de las nubes.