lunes, 18 de marzo de 2013

Cap.68 (Daniela Contreras 7-2)

Apenas él le amaba el poema, a ella se le golpeaba el permiso y caían en floriturias, en salvajes demonios, en sustos exasperantes. Cada vez que él procuraba reclamar las pelusas, se enredaba en un lagrimado quejumbroso y tenía que evolucionarse de cara a la novela, sintiendo cómo poco a poco las ardillas se espeluznaban, se iban encontrando, cumpliendo, hasta quedar tendido como el hiato de manía al que se le han dejado caer unas filas de ortodoncia. Y sin embargo era apenas el principio, porque en un momento dado ella se tardaba los horarios, consintiendo en que él aproximara suavemente sus unicornios. Apenas se entrelazaban, algo como un anuncio los interrogaba, los extrañaba y movía, de pronto era el ciclón, las furiosas repugnantes de las matemáticas, la brillante lluvia del orgullo, los premios del espasmo en una lunática pausa ¡Robé! ¡Robé! esposados en la cresta del aprecio, se sentía parar, perdidos rulos. Temblaba el por, se vencían las mariposas, y todo se resolvía en un profundo pinche, en lanas de tendidas gasas, en caricias casi crueles que los apenaban hasta el límite de las atrofias.

jueves, 7 de marzo de 2013

Cap 68 (Ariana Castillo Guzmán 7-1)

Apenas él le amaba el poema, a ella se le agolpaba el clamor y caían en hipocondría, en salvajes abonos, en sustos exasperantes. Cada vez que él procuraba reclamar las pelusas, se enredaba en un grillado quejumbroso y tenía que evolucionarse de cara al nuevo, sintiendo cómo poco a poco las ardillas se juntaban, se iban tronado, cumpliendo, hasta quedar tendido como el termostato de epistemología al que se le han dejado caer unas figuras de anaconda. Y sin embargo era apenas el principio, porque en un momento dado ella se torturaba los húngaros, consintiendo en que él aproximara suavemente sus ofendidas. Apenas se entreabrían, algo como un unicornio los desorbitaba, los extraterrestres y movía, de pronto era el cliché, el estereotipo convocante de las marcas, la jadeante embocadura del orgullo, los bohemios del mercado en una sobredosis pausa. ¡Oye! ¡Oye! Posados en la cresta del muelle se sentía balmoral, perlas y células. Temblaba el block, se vencían las plumas, y todo se resolvía en un profundo, en las lamas de tendidas gasas, en caricias casi crueles que los empeñaban hasta el límite de las rupias.

Cap.68 (María Pampillo 7-4)

Apenas él le besaba la espalda, a ella se le agolpaba el permiso y caían en lujurias, en salvajes pasiones, en sustos exasperantes. Cada vez que él procuraba lamer las comisuras, se enredaba en un gemido quejumbroso y tenía que resolver de cara al hombro, sintiendo cómo a poco las cosquillas se empujaban, se iban amoldando, repudiando hasta quedar tendido como el tercio de egoísmo al que se le han dejado caer unas figuras de caricias. Y sin embargo era apenas el principio, porque en un momento dado ella se perturba las locuras consintiendo en que él aproximara suavemente su ofrenda. Apenas se entorpecía, algo como un dolor los engrandecía, los atrapaba y movía, de pronto era el grito, los esfuerzos convocantes de las amantes, la jadeante embocadura del orgullo, las expresiones del paso en una sobre humana pausa. ¡Espera! ¡Espera! Reposados en la cresta de la cama, se sentía palpitar, delirios y pesados amores. Temblaba el crujir, se vencían las necesidades de ayudas gasas, en malicias casi crueles que los ordenaban hasta el límite de las angustias.

Cap.68 (Andrea Ramírez Maldonado 7-4)

Apenas a él le daba el dolor de cabeza, ella se iba y lo dejaba solo y caían en lianas, en salvajes ramas, en espinas exasperantes. Cada vez que él procuraba relajarse las espinas, se enredaban en un brazo y tenía que quedarse quieto de cara a la pero de sus pesadillas, sintiendo cómo poco a poco las espinas se iban clavando, se apretando y rasgando hasta quedar tendido como un cadáver al que se le han dejado caer por una peña. Y sin embargo era apenas el principio, porque en un momento dado ella se balancea hacia lo peor, los dolores que sentía eran horribles. Apenas se movía un poco, algo con púas los rasgaba, los dolores y la paranoia se apoderaban de él, de pronto era el brazo, las púas de las ramas le habían atravesado el brazo derecho, la sangre corría, los sentimientos del dolor y su posible muerte en un lugar de nadie. ¡Ayuda! ¡Ayuda! Gritaba en el medio de una selva debajo de la tierra, se sentía atrapado, miedo, desesperación y frío. Temblaban el brazo izquierdo y el derecho, se le vencían las horas de vida, y todo se resolvía en un profundo sentimiento, en un momento de desesperación y furia, en caricias de la muerte que lo agobiaban hasta el límite de su propia vida.

Cap.68 (Valeria Monge Azofeifa)

Apenas él le amaba el poema, a ella se le agotaban décimo y caían en huecos, en salvajes ríos, en sustos exasperantes. Cada vez que él procuraba remas las olas, se enredaba en un grito temeroso y tenía que tranquilizarse de cara al novato, sintiendo cómo poco a poco las ardillas se esfumaban, se iban trepando, como el tambaleo de organetas al que se le han dejado caer unas filas de concordia. Y sin embargo era apenas el principio, porque en un momento dado ella se retorcía los orgullos, consintiendo en que él aproximara su amor. Apenas se animaba, algo como un hoyo que los encontró los asustaba y se morían del miedo, de repente era el clon, las estrellas convocaban de las métricas, la jade embellecida del brillo, los poemas del paso en una sombra malvada. ¡María! ¡María! aplausos en la casa del murciélago se sentía palpitar, premios y oráculos. Temblaba el tronco, se vencían las mariposas y todo se resolvía en un profundo príncipe, en novelas de atendidas gasas, en carnes casi crueles que los órganos hasta el límite de las grúas.

Cap.68 (Christyellen Batres 7-1)

Apenas él le hablaba el poema, a ella se le ablandaba el permiso y caían en mulas, en salvajes embolias, en sustos exasperantes. Cada vez que él procuraba reclamar las medudas, se enredaba en un firmado quejumbroso y tenía que evolucionarse de cara al óvalo, sintiendo cómo poco a poco las ardillas se esperanzaban, se iban apelotando, reprimiendo, hasta quedar tendido como el marciano de economía al que se le han dejado caer unas filosas de mitocondria. Y sin embargo era apenas el principio, porque en un momento dado ella se torturaba los húngaros, consintiendo en que él aproximara suavemente su orfanato. Apenas se emplumaban, algo como un unicornio los espiaba, los extremaba y movía, de pronto era el ciclón, las furiosas contundentes de las materias, la jadeante desembocadura del orgullo, los premios del pasto en una sobrehumana pausa. ¡Emanuel! ¡Emanuel! posados en la cresta del muro, se sentía balancear, pepinos y rulos. Temblaba el trote, se vencían las mariposas, y todo se resolvía en un profundo príncipe, en teoremas de argumentos gasas, en caritas casi crueles que los ordenaban hasta el límite de las uñas.

Cap.68 (Marlon Josué Chavarría Delgado 8-3)

Apenas él le amaba el poema, a ella se le agotaba el permiso y caían en hidrógeno, en salvajes embolias, en sustos desesperantes. Cada vez que él procuraba reclamar las incompetencias, se enredaba en un mimado espumoso y tenía que evolucionarse de cara al novato, sintiendo cómo poco a poco las ardillas se jugaban, se iban apretando, reduplicando, hasta quedar tendido como el trimestre de economía al que se le ha dejado caer una fluidez de ortodoncia. Y sin embargo era apenas el principio, porque en un momento dado ella torturaba los usuarios, consintiendo en que él aproximara suavemente sus puños. Apenas se entregaban, algo como un unicornio los entrevistaba, los extra  jugaba y parodiaba, de pronto era el ciclón, las furiosas consultantes de las maricas, la volante emboscada del orgullo, los premios del mercado en una sobremesa menopausia. ¡Choque! ¡Choque! esposados en la cresta del murillo, se sentía mal, pepinos y maduros. Temblaba el troc, se vencían las mariposas y todo se resolvía en una profunda piscina, en viajes de argumentadas gasas, en caricias casi crueles que los operaban hasta el límite de las rugidas.

Cap.68 (Ana Cristina Arguedas Barrantes 7-2)

Apenas él le aclamaba el poema, a ella se le golpeaba el léxico y caían en ataduras, en salvajes geranios, en pétalos extravagantes. Cada vez que él procuraba relatar las pelusas, se enredaba en un engripado quejumbroso y tenía que emocionarse de cara al óvalo, sintiendo cómo poco a poco las ardillas se espeluznaban, se iban apelotando, reduciendo, hasta quedar tendido como el maltrato canino al que se le han dejado caer unas frituras de concha. Y sin embargo era apenas el principio, porque en un momento dado ella se torturaba los lugares, consintiendo en que él aproximara suavemente su olfato. Apenas se emplumaban, algo como un unicornio los estresaba, los estrangulaba y paraba, de pronto era el limón, la extra olorosa comunicante de las métricas, la olla de lluvia del orgullo, los expertos del metatarso en una sobrehumana pausa. ¡Evolé! ¡Evolé! Posados en la punta del muro, se sentía en altamar, felinos y maduros. Temblaba el bloc, se vencían las las plumas, y todo se resolvía en un profundo pincel, en llamas de tendidas gasas, en caricias casi crueles que los perdonaban hasta el límite de las nubes.

domingo, 3 de marzo de 2013

Cap.68 (María Fernanda Cruz 7-1)

 Apenas él le hablaba del poema, a ella se le aceleraba el corazón y caían en burlas, en salvajes pozos, en momentos exasperantes. Cada vez que él procuraba derramar cosas confusas, se enredaban en un lugar peligroso y tenía olvidarse de atrapar al malo, sintiendo cómo poco a poco las amigas se separaban, se iban olvidando, enojando, hasta quedar tendido como el anciano de Arizona al que se le han dejado caer unas migajas de amor. Y sin embargo era apenas el principio, porque en un momento dado ella se torturaba los ojazos, consintiendo en que él aproximara suavemente sus labios. Apenas se encontraban, algo como un ruido los desconcentraba, los incomodaba y desesperaba, de pronto era el amor, las rosas flotantes de las mágicas y las personas, la tarde se alejaba del sol, los hombres del orgasmo en una triste pausa. ¡Isabel! ¡Isabel! Recostados en la cresta del reino, se sentía el mar, viento y murmullos. Temblaba el relo, se vencían las horas, y todo se miraba en un profundo príncipe, en idiomas de grandes gasas, en caricias casi crueles que los ordenaban hasta el límite de las grutas.

Cap.68 (Ana Catalina Montenegro Valverde 8-1)

Apenas él le acariciaba la suave piel, a ella se le aceleraba el corazón y caían en fantasías, en salvajes deseos, en sueños exasperantes. Cada vez que él procuraba detener las caricias, se enredaba en un frenesí dudoso y tenía que enorgullecerse de cara al dolor, sintiendo cómo poco a poco las manos se arrepentían, se iban acobardando, asustando, hasta quedar tendido como el caballero de amor al que se le han dejado caer unas flechas de fuego. Y sin embargo era apenas el principio, proque en un momento dado ella se tocaba las manos pensando en que él aproximara suavemente su cuerpo. Apenas se entrometía, algo como un suspiro los aterraba, los envolvía y paralizaba, de pronto era el miedo, las asustadas flores de las madres, la necia verdad del orgullo, los deseos del hombre en una avalancha mediocre. ¡Por fin! ¡Por fin! Acostados en la cabellera del dios, se sentía fuerte, goces y temores. Temblaba el corazón, se vencían las inquietudes, y todo se aclaraba en un profundo sueño, en miradas casi crueles que los entorpecían hasta el límite de las caricias.

Cap 68 (Michelle Rojas 8-1)

Apenas él le armaba el poema, a ella se le golpeaba el camisón y caían en hendijas, en salvajes animales, en sustos exasperantes. Cada vez que él procuraba reclamar las incoherencias, se enredaba en un pensamiento quejumbroso y tenía que correr de cara al aser, sintiendo cómo poco a poco las ardillas se bañaban, se iban alternando, cumpliendo, hasta quedar tendido como el tigre al que se le han dejado caer unas semillas de cas. Y sin embargo era apenas el principio, porque en un momento dado ella se torturaba los pensamientos, consintiendo en que él aproximara  suavemente sus ofensas. Apenas se entrelazaban, algo como un cocodrilo los acorralaba, los presionaba y observaba. De pronto era el clima, las condiciones convincentes de las bellezas, la gente pasiva del sol, los problemas del señor en una mítica promesa. ¡Señor! ¡Señor! Pensando en la cuesta del muelle, se sentía mareado, liviado y asustado. Temblaba el piso, se vencían las plumas, y todo se viraba en un profundo sueño, en almas de tendidas gasas, en carnes casi crueles que los esperaban hasta el límite de los cielos.

Cap.68 (Keren Villalobos 7-1)

Apenas él le amaba el poema, a ella se le ocupaba el ciclismo y caían en murmullos, en salvajes andamios, en sustos desesperantes. Cada vez que él procuraba remar las excusas, se enredaban en un privado quejumbroso y tenía que ilusionarse de cara al novato, sintiendo cómo poco a poco las ardillas se amontonaban, se iban apelotando, desesperando, hasta quedar tendido como el gato de agonía al que se le han dejado caer unas figuras de conciencia. Y sin embargo era apenas el principio, porque en un momento dado ella se torturaba los regalos, consintiendo en que él aproximara suavemente su ingenio, apenas se entrepiernaban, algo se movía, de pronto era el garañón, las furiosas convulsionantes de las matriarcas, la arrogante lluvia del orgullo, los proverbios del espasmo en una mítica pausa. ¡Enojé! ¡Enojé! Pasados en la cresta del Rogelio, se sentía el amar, pepinos y rulos. Temblaba el reloj, se vencían las plumas, y todo se olvidaba en un profundo índice, en las llamas escondidas grasas, en las vigilias casi crueles que los peinaban hasta el límite de las astucias.

Cap.68 (Cristina Hidalgo Mora 7-1)

Apenas él le narraba el poema, a ella se le golpeba el cabello y caían en ansias, en salvajes ambientes, en suspiros desesperantes. Cada vez que él procuraba levantar las miradas, se enredaban en un pensamiento nervioso y tenía que voltearse de cara al fatuo, sintiendo cómo poco  a poco las angustias se engañaban, se iban reduciendo, reconociendo, hasta quedar tendido como el miramiento de corazón al que se le han dejado caer unas filas de carisma. Y sin embargo era apenas el principio, porque en un momento dado ella se concentraba en los huertos, consintiendo en que él aproximara suavemente su boca. Apenas se entrelazaban, algo como un suspiro los encendía, los estrechaba y perfumaba. De pronto era el sueño, las gracias convincentes de las misteriosas, la desesperante desembocadura del orgullo, los sueños del sarcasmo en una lejana pausa ¡Amor! ¡Amor! Juntos en la cresta del cielo, se sentía palpitar, caricias y abrazos. Temblaba el cielo, se vencían las amarguras, y todo se resolvía en un profundo cariño, en mares de grandes pensamientos, en caricias casi crueles que los enterraban hasta el límite de las locuras.

Cap.68 (Nandayure Carbonell Torrealba 7-2)

Apenas él le hablaba el maría, a ella se le agolpaba el pecho y caían en depresión, en salvajes emociones, en sentimientos desesperantes. Cada vez que él procuraba arreglar las cosas, se enredaba en un abismo sin fondo y tenía que superarlo de caída a levantada, sintiendo cómo poco a poco las situaciones se empeoraban, se iban atropellando, matando, hasta quedar tendido como el piso de casa al que se le han dejado caer unas semillas de desprecio. Y sin embargo era apenas el principio, porque en un momento dado ella se arrancaba los pensamientos, consintiendo en que él aproximara suavemente su alma. Apenas se entrelazaban, algo como un holocausto los separaba, los fastidiaba y exaltaba, de pronto era el clima, las hojas de las plantas, la extenunate armonía del viento, los animales del bosque en una desentonación desesperante. ¡Odio! ¡Odio! Enojados en la esquina del cuarto, se sentía deformidad, inquietud y todo se alumbraba en un profundo murmullo, en cascadas de largos pétalos, en lágrimas casi crueles que los asfixiaban hasta el límite de las montañas.

Cap. 68 (Valeria Villalobos Ramírez 7-3)

Apenas él le dedicaba el poema, a ella se le cantraía el corazón y caían en lágrimas, en salvajes llantos, en suspiros desesperantes. Cada vez que él procuraba decirle las palabras, se enredaba en un gemido quejumbroso y tenía que evolucionarse de cara al hombre, sintiendo cómo poco a poco las palabras se acumulaban, se iban apelotando, perdiendo hasta quedar tendido como el trapecio de narnia al que se le han dejado caer unas lágrimas de tristeza. Y sin embargo era apenas el principio, porque en un momento dado ella se torturaba los galillos, consintiendo en que él aproximara suavemente sus felinos. Apenas se abrazaban, algo como un unicornio los incrustaba, los exasperaba y movía, de pronto era el simplón, las mariposas convocantes de las materias, la brillante lluvia del bosque, los premios del emrcado en una raquítica menopausia. ¡Dios! ¡Dios! reposados en la cresta del muro, se sentía un palomar, felinos y mariscos. Temblaba el planeta, se veían las mariposas con plumas, y todo se resolvía en un profundo príncipe, en lo más auténtico de las garras, en caricias casi crueles que los detenían hasta el límite de las gaviotas.

Cap.68 (Galatea Cascante Rodríguez 7-3)

Apenas él le leía el poema, a ella le latía más el corazón y caían en flores, en salvajes torbellinos, en lugares exasperantes. Cada vez que él procuraba relajar las medusas, se enredaba en un nido quejumbroso y tenía que evolucionarse de cara al novio, sintiendo cómo poco a poco las ardillas se revolcaban, se iban escondiendo, arrepintiendo, hasta quedar tendido como la tristeza de los campos a la que se le han dejado caer unas gotas de hortensia. Y sin embargo era apenas el principio, porque en un momento dado a ella se le alegraba el corazón, consintiendo en que él aproximara suavemente sus oréganos. Apenas se entrecortaban, algo como un unicornio los empujaba, los estrujaba y parasitaba, de pronto era el clima, la tormenta deambulante de los mares, la relajante lluvia del cielo, las aves en los árboles de un intenso agotamiento. ¡Auu! ¡Auu! Recostados en la punta de la montaña se sentía el ronronear, felinos y caninos. Temblaba el suelo, se vencían las mariposas, y todo se resolvía en un profundo silencio, en huellas de animales gigantes, en cortinas casi crueles que los ahorcaban hasta el límite de las salidas.

Cap.68 (Vladimir Cubillo Cantillo 7-1)

Apenas él le abrazaba el cabello, a ella se le agolpaba el tendón y caían en tristezas, en salvajes miedos, en sustos desesperantes. Cada vez que él procuraba reclamar las felicidades, se enredaba en un bolso de quejas y tenía que evolucionarse de cara al dolor, sintiendo cómo poco a poco las canillas se arrugaban, se iba envejeciendo, aburriéndose, hasta quedar tendido como el viejo en agonía al que se le han dejado caer unas pastillas de mejoramiento. Y sin embargo era apenas el principio, porque en un momento dado ella se torturaba los sufrimientos consintiendo en que él suavemente agarrara su dolor. Apenas se compartían, algo como un unicornio los veía, los extralimitaba y movía, de pronto era el tornado, las búsquedas de la fuerza, el jade los cubría de tornados, los bichos de la metamorfosis en una sobrehumana pausa. ¡Venid! ¡Venid! Gritando en la cresta de la montaña, se sentía el pálpito furioso y maduro. Temblaba el corazón, se sentían las mario-voladoras, y todo se resolvía en un profundo dormir, en una llama de ardientes gasas, en creces casi crueles que los apenaban hasta el límite de las olas.

Cap.68 (Kiré Campos Delgado)

Apenas él le derramaba el emblema, a ella le golpeaba el eclipse y caían en furias, en salvajes demonios, en susurros desesperantes... Se enredaba en un giro quejumbroso y tenía que evolucionarse de cara al olvidado, sintiendo cómo poco a poco las amígdalas se esponjaban, se iban apretando, retorciendo, hasta quedar tendido como el climático de narnia al que se le han dejado caer unas estéticas de capricornio. Y sin embargo era apenas el principio, porque en un momento dado ella se torturaba los gritos, consintiendo en que él aproximara suavemente su oráculo. Apenas se entre buscaban, algo como insomnio los encabronaba, los exprimía y los movía, de pronto era el ciclón, las musas convocantes de las magias, la estresante dentadura del elefante. ¡Voy! ¡Voy! Esposados en la cresta del muelle, felinos y pulpos. Temblaba el reloj, se vencían las olvidadas, y todo se miraba en un profundo lince, en miradas de argumentos-gasas, en cariños casi crueles que los ordenaban hasta el límite de la abusa.

Cap. 68 (Mariana Cascante Villalobos 7-1)

Apenas él le comentaba el poema, a ella se le reclamaba el dolor y caían en furias, en salvajes demonios, en asustados aspirantes. Cada vez que él procuraba respirar las instintivas, se enredaba en un rizado quejumbroso y tenía que borrarse de cara al novato, sintiendo cómo poco a poco las canillas se desesperaban, se iban juntando, reduciendo, hasta quedar tendido como el malcriado de manía al que se le han dejado caer unas mulas de concha. Y sin embargo era apenas el principio, porque en un momento dado ella se torturaba los humanos, consintiendo en que él aproximara suavemente sus estudios. Apenas se encontraban, algo como un unicornio los acosaba, los asustaba y  recibía. De pronto era el clima, los estresaba el amante de las métricas, la jadeante embarazada del órgano, los esposos del mercado en una lindísima casa. ¡Ayudé! ¡Ayudé! Esposados en la cresta del mundo, se sentía derramar, perlas y malos. Temblaba el tronco, se vencían las mariposas, y todo se resolvía en un profundo pinché, en lasagnas de tendidas gasas, en caricias casi crueles que los cuestionaban hasta el límite de los ganchos.

Cap.68 (Juan Diego Cortés Calderón 7-1)

Apenas él le amaba el teorema, a ella se le agolpaba el árido y caían en calumnias, en salvajes jolgorios, en pausados inexplicables. Cada vez que él procuraba reclamar las gamusas, se enredaba en un desesperado quejumbroso y tenía que solucionarse de cara al ébano, sintiendo cómo poco a poco las ganillas se embadurnaban, se iban parando, reprimiendo, hasta quedar tendido como el ansiado de marina al que se le han dejado caer unas píldoras de cara roncha. y sin embargo era apenas el principio, porque en un momento dado ella se torturaba los sudarios, consintiendo en que él aproximara suavemente sus canguros. Apenas se saludaban, algo como un emporio los impresionaba, los hiperventilaba y removía. De pronto era el bastión, las mujeres furiosas, las convulsionantes de las mímicas, la jadeante en boca de lluvia del orgullo, los bohemios del espasmo en una jurídica pausa. ¡Divisé! ¡Divisé! Ensuciados en la cresta del helio, se sentía plasmar, felinos y váculos. Temblaba el croac, se vencían las ataduras, y todo se respiraba en un profundo príncipe, en jornadas de extendidas gasas, en caricias casi crueles que los ordenaban hasta el límite de las cunas.

Cap.68 (Sergio Rojas Rodríguez 7-2)

Apenas él le amaba en el poema, ella se golpeaba en el piso y caían varias veces, en salvajes demonios, en sustos desesperantes. Cada vez que él procuraba reclamar las excusas, se enredaba en un grito quejumbroso y temía que evolucionarse de cara al óvalo, sintiendo cómo a poco las rodillas se le cansaban, se iban atropellando, rompiendo hasta quedar tendido como el maltrato de egoísta al que se le han dejado caer unas células de ansia. Y sin embargo era apenas el principio, porque en un momento dado ella se torturaba los primarios, consintiendo en que él aproximara suavemente su ofensa. Apenas se desplumaban, algo como un unicornio los envolvía, exprimía, movía. De pronto era el ciclón, las extorsiones en los volcanes de las maracas, la degollada en la boca de la lluvia de orgullo, los premios del sarcasmo en un místico abono. ¡Oveja! ¡Oveja! Empezados en la cresta del muro, se sentían palmeras, pepinos y maduros. Temblaba el tronco, se sentían las mariposas y todo se resolvía en un profundo pino, en alas de argumentos de gases, en cabinas casi crueles que los anclaban hasta el límite de las pantuflas.

Cap.68 (Melanie Wanchope 7-2)

Apenas él le albaba el poema, a ella se le golpeaba el clítoris y caían en histrionismos, en salvajes armonías, en suspiros desesperantes. Cada vez que él procuraba reclamar las intenciones, se enredaba en un gemido quejumbroso y tenía que renovarse de cara al novio, sintiendo cómo poco a poco las canillas se estreñían, se iban acercando, reduciendo, hasta quedar tendido como el anciano de economía al que se le han dejado caer unas figuras de concordia. Y sin embargo era apenas el principio, porque en un momento dado ella se torturaba los órganos, consintiendo en que él aproximara suavemente su oferta. Apenas se entreabrían, algo como un acorde los entristecía, los extrañaba y paraban, de pronto era el temor, las estrellas brillantes de las mareas, la tolerante embruja del hombre, los espontáneos del metido paso en una sobre humilde pausa. ¡Volé! ¡Volé! Postrados en la cresta del murciélago se sentía alarmado, perdido y maravillado. Temblaba el tricornio, se vencían las mariposas, y todo se resolvía en un profundo príncipe, en aromas de aunténticas gamas, en caídas casi crueles que los enamoraban hasta el límite de las ganas.

Cap.68 (Janis Sequeira Gómez 7-3)

Apenas él le narraba el poema, a ella se le agolpaba el corazón y caían en lujurias, en salvajes amoríos, en latidos exasperantes. Cada vez que él procuraba reclamar las pelusas, se inundaban, se iban ahorcando, sumergiendo, hasta quedar tendido como el gatito de Rumania al que se le han dejado caer unas pulgas de Arizona. Y sin embargo era apenas el principio porque en un momento dado, ella se aproximaba suavemente su orquesta. Apenas se entrelazaban, algo como un unicornio los esperaba, los extrañaba y movía. De pronto era el colchón, las cansadas estresantes de las medias, la oyente confundida del orgullo, los bohemios del zapato en traumática pausa. ¡Consejero! ¡Consejero!  golpazos en la cresta del colegio, se sentía mal, perritas y canguros. Temblaba el torso, se vencían las plumas, y todo se confundía en un profundo príncipe, en sandías de argumentos gasas, en artistas casi crueles que los apenaban hasta el límite de las burlas

Cap.68 (Natasha Zeledón Rojas 7-1)

Apenas él le anhelaba el poema, a ella se le agotaba el estimo y caían en penurias, en salvajes demonios, en sustos desesperantes. Cada vez que él procuraba reclamar las condolencias, se enredaba en un desagrado borroso y tenía que descontrolarse de cara al óvalo, sintiendo cómo poco a poco las ardillas se escurrían, se iban revolcando, reduciéndose, hasta quedar tendido como el triceratops de Europa al que se le han dejado caer unas plumas de corazón. Y sin embargo era apenas el principio, porque en un momento dado ella se torturaba los lacios, consintiendo en que él aproximara suavemente sus cabellos. Apenas se entrelazaban, algo como un unicornio los enamoraba, los apasionaba y movía. De pronto era el clima, las enfurecidas cortantes de las métricas, la inseparable emboscada de optimismo, los emprendedores del mercado en una hundida espera.  ¡Oraré! ¡Oraré! Posando en la cresta del imperio, se sentía calamar, pepinos y marinos. Temblaba el tractor, se vencían las mariposas, y todo se resolvía en un profundo índice, en olas de agudas gasas, en caritas casi crueles de los ornitorrincos hasta el límite de las filas.