jueves, 7 de marzo de 2013

Cap.68 (María Pampillo 7-4)

Apenas él le besaba la espalda, a ella se le agolpaba el permiso y caían en lujurias, en salvajes pasiones, en sustos exasperantes. Cada vez que él procuraba lamer las comisuras, se enredaba en un gemido quejumbroso y tenía que resolver de cara al hombro, sintiendo cómo a poco las cosquillas se empujaban, se iban amoldando, repudiando hasta quedar tendido como el tercio de egoísmo al que se le han dejado caer unas figuras de caricias. Y sin embargo era apenas el principio, porque en un momento dado ella se perturba las locuras consintiendo en que él aproximara suavemente su ofrenda. Apenas se entorpecía, algo como un dolor los engrandecía, los atrapaba y movía, de pronto era el grito, los esfuerzos convocantes de las amantes, la jadeante embocadura del orgullo, las expresiones del paso en una sobre humana pausa. ¡Espera! ¡Espera! Reposados en la cresta de la cama, se sentía palpitar, delirios y pesados amores. Temblaba el crujir, se vencían las necesidades de ayudas gasas, en malicias casi crueles que los ordenaban hasta el límite de las angustias.

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