domingo, 3 de marzo de 2013

Cap.68 (Sergio Rojas Rodríguez 7-2)

Apenas él le amaba en el poema, ella se golpeaba en el piso y caían varias veces, en salvajes demonios, en sustos desesperantes. Cada vez que él procuraba reclamar las excusas, se enredaba en un grito quejumbroso y temía que evolucionarse de cara al óvalo, sintiendo cómo a poco las rodillas se le cansaban, se iban atropellando, rompiendo hasta quedar tendido como el maltrato de egoísta al que se le han dejado caer unas células de ansia. Y sin embargo era apenas el principio, porque en un momento dado ella se torturaba los primarios, consintiendo en que él aproximara suavemente su ofensa. Apenas se desplumaban, algo como un unicornio los envolvía, exprimía, movía. De pronto era el ciclón, las extorsiones en los volcanes de las maracas, la degollada en la boca de la lluvia de orgullo, los premios del sarcasmo en un místico abono. ¡Oveja! ¡Oveja! Empezados en la cresta del muro, se sentían palmeras, pepinos y maduros. Temblaba el tronco, se sentían las mariposas y todo se resolvía en un profundo pino, en alas de argumentos de gases, en cabinas casi crueles que los anclaban hasta el límite de las pantuflas.

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