jueves, 31 de mayo de 2012

Traducción libre del Capítulo 68 de Rayuela (Julio Cortázar) Benjamín Vargas

Apenas él le narraba el poema, a ella se le agolpaba el corazón y caían en la nieve, en salvajes arbustos, en sus lados exasperantes. Cada vez que él procuraba lamer las pelusas, se enredaba en un grito quejumbroso y tenía que evolucionarse de cara al óvalo, sintiendo cómo poco a poco las patillas se esponjaban, se iban apelotando, replicando, hasta quedar tendido como el lacito de Rumanía al que se le han dejado caer unas libélulas de Escocia. Y sin embargo, era apenas el principio, porque en un momento dado ella se torturaba los labios consintiendo en que él aproximara suavemente sus lirios. Apenas se entreplumaban, algo como un unicornio los toreaba, los trataba y movía, de pronto era el león, el furioso volcán de las métricas, la jadeante boca del orgullo, los poemas del cosmos en una sobre mítica hago pausa. ¡Helado! ¡Helado! en la cresta del muro, se sentía mal, cráneos y mulos. Contemplaba el trozo, se vencían las mariposas y todo se resolvía en un profundo suspiro, en ramas de bebidas gaseosas, en caricias casi crueles que los apenaban hasta el límite de los rubíes.

Una noche sin fin, Jennifer Molina

Una noche sin fin, sin sol, sin luz
tan pero tan grande que parece un universo lleno de estrellas
Sin ninguna luz ni bichos sonando
Sin perder tiempo retiramos y recogemos
sin parar las estrellas se van desvaneciendo
sin parar, sin parar se desvanece y se va y se va y nunca desaparece
y más y más noche con noche sin perder un solo segundo
sin esperar, sin responder.

miércoles, 23 de mayo de 2012

Traducción Libre del Capítulo 68 de Rayuela (Julio Cortázar) Del glíglico al español Abigaíl Rojas

Apenas él le amaba el poema, a ella se le golpeaba el corazón y caían en angustias, en salvajes amores, en sustos desesperantes. Cada vez que él procuraba relajar las inconveniencias, se enredaba en un rimado quejumbroso y tenía que evolucionar de cara al novato, sintiendo cómo poco a poco las ardillas se despellejaban, se iban apelotando, reduciendo, hasta quedar tendido como el trigal de armonía al que se le han dejado caer unas fisuras de caricia. Y sin embargo era apenas el pincipio, porque en un momento dado ella se torturaba los labios, consintiendo en que él aproximara suavemente su debilucho. Apenas se entreplumaban, algo como un unicornio los agrandaba, los asfixiaba y tartamudeaba, de pronto era el limón, la estirpada convincente de las métricas, la degollada en boca de lluvia del orgullo, los premios del espasmo en una sobredosis angosta ¡Oye! ¡Oye! Desposados en la cresta del murmullo, se sentía para amar, felinos y magos. Temblaba el troll, se vencían las mariposas, y todo se resolvía en un profundo pesar, en fibromas de argumentos gasas, en caricias casi crueles que los penaban hasta el límite de las angustias.

Las gotas de Amiro (poema "jitanjafórico"), Sofía Rojas

Vi las surecillas reflejadas en los ojos del amiro, el enacori se acercaba lentamente para clavar el mecase; al no conseguirlo, la herasa gritó y empezó a cocorar, su flerami crecía y se enredaba lentamente en los cabelo, sintiendo como su cuerpo se desboronaba y su pensamiento se desvanecía.

Poema "jitanjafórico", Melina Montero

No quiero goznizar.
Esta vida me hace presenciar cosas inevitables,
escondidas bajo las piedras para que cuando empiece a salpicar el cielo,
me dé sentimientos pandrozantes e ir amorguasando cada vez sus críticas especulantes.

Las nubes te sobremiran, viendo cómo estás palcando tanta basura.
Sentilozante me sobremiras, no dejas rastros de nada.
Celestamiento me habla incoherencias; está locariando pero ella necesita amarondócil.

sábado, 12 de mayo de 2012

La Muerte (poema jitanjafórico), Irina Villarreal

La muerte no necesita converrer, ella puede risamorir, sasilir; pero lo mejor que hace es saquesear y pelerear. No se sabe si es pequeñusco o grandolear, pero creo que es bihermosa, besella y lucifero. Tarmovidar eso es lo que a veces hace, cocosiriar, eso es lo que le gusta comer; pero deja a las personas en un triztero ilumbeardizo. A veces uno la puede biroidoir o endibujar. Empieza a lluviriar  y a zebrear, divirir, serefear, desñitebar y nadocepciora. Sabe singivir, sorbetínser, rofdiar, eso es lo que ama, rofdiar. Siempre dice ¡Undicare! Es mararsibo, perromsio, ojoso, pero lo que siempre hace es envidare.

martes, 8 de mayo de 2012

Poema "jitanjafórico" Victoria A. Barth

¿Cómo será que un penño sea tal dulcura de la demenlocrecia?
Ninguna penies está a la rocdura del más limpio setonyo, no es la mentira del especrujismo que el viscrio ya no aguantaba.
Ni el más ignorante escman escapaba del higlo del destello, que provocaban los peglánjes rojos... ¡Rojos rubí, amigo mío! ¿Será que vendrás el otro planya? Las oscuras vertientes del mascabo se abrían en plumas lesles que caen en escalera sobre el sol naciente de la nueva estabía.

Ojaztos (poema "jitanjafórico"), Kenny Vindas

Ojaztos verídares
Ojaztos harnosos
Ojaztos que llevan a la borollanti lanterí
Ojaztos como marizos rodonfutos
Me soltahíen como dos lasobios critoriosos
Rallitoran pero nos hacen crohar
para poder trofertear en la vida
Ellos son la gran ventana del cozartón y pueden
hacer que las maposaris te lleven al
metorme soltahír
Te valplomo tanto y crito en ti
Tus pupilas negras que me llevan al infinito
y me recuerdan tus bellos ojaztos

Traducción libre del Capítulo 68 de Rayuela (Julio Cortázar) del glíglico al español, Steve Arancibia

Apenas él le daba el masaje, a ella se le sudaba toda la espalda y caían en gotas, en salvajes bolas, en salpicaduras. Cada vez que él provocaba reclamar las cosas, se enteraban en un grifo, que poco a poco se abría, se iban alborotando, relacionando, hasta quedar tendido como agua del mar a la que se le han dejado caer unas paladas del barco. Y sin embargo era apenas el principio, porque en un momento dado ella se torturaba los huesos, consintiendo en que él aproximara suavemente sus pinturas. Apenas se revolcaban, algo como un escorpión los asustaba y murmuraban. De pronto pasaron al sillón, las estrofas saliendo de las métricas, la molestó y la invocó del orgullo, las esposas del muchacho en una auténtica agasapada. ¡Eche! ¡Eche! el polvo en la línea del muro, se sentía mal y bajamos del barco. Temblaba el agua, se mecían las olas y todo se resolvía en un profundo  principio  en el muelle, llegamos sudados, con cosas en las manos casi crueles que les ordenaban el límite de los gustos. 

Traducción libre del Capítulo 68 de Rayuela (Julio Cortázar) del glíglico al español, Irina Villarreal

Apenas él le amarraba el zapato, a ella se le inflaba el estómago y caían en miserias, en salvajes charlas, en sustos exasperantes. Cada vez que él procuraba hablar de las ramas, se enredaba en un grito quejumbroso y tenía que explotar de cara al oficial, sintiendo cómo poco a poco las barandillas se esponjaban, se iban amontonando, reduciendo, hasta quedar tendido como el chicle de gomita al que se le han dejado caer unas gotas de conciencia. Y sin embargo era apenas el principio, porque en un momento dado ella se torturaba los brazos, consintiendo en que él aproximara suavemente su dulzura. Apenas se entrelazaban, algo como un unicornio los encrestaba, los extraía y conmovía, de pronto era el pitón, las estrellas convulsionaban de las métricas, la olla apocalíptica del ogullo, los espermatozoides del sarcasmo en una humillante pausa.  ¡Ayuda! ¡Ayuda! Demostrados en la cresta del mundo se sentía mar, pepinos y músculos. Temblaba el truco, se venían las mariposas, y todo se resolvía en un profundo índice, en nieblas de arquitectas gasas, en caricias casi crueles que los arruinaban hasta el límite de las rupias.

Traducción libre del Capítulo 68 de Rayuela (Julio Cortázar) del glíglico al español, Paula Montero

Apenas él le rozaba la piel, a ella se le encrispaban los glúteos y caían en pecados, en salvajes penurias, en pasiones desenfrenadas. Cada vez que él procuraba apresar su virginidad, se enredaba en una espesura dudosa y tenía que contener sus palpitares, sintiendo cómo poco a poco el erotismo se mostraba, se iba desbordando, agrandando hasta quedar tendido en el ambiente como incienso de las velas al que se le había dejado caer en el sueño y la agonía. Y sin embargo era apenas el principio, porque en un momento dado ella se acariciaba los pechos, sintiendo que él aproximaba suavemente sus dedos. Apenas se tocaban, algo como un cosquilleo les impacientaba, los excitaba y alteraba, de pronto era el pubis, el anhelo inesperado de las manos, el agua calmante de la sed, las sendas a la paz en una irremisible injuria. ¡Vayamos! ¡Vayamos! Encimados en la cumbre orgásmica se sentían trémulos, jadeos y agitación. Temblaban los cuerpos, se contraían los músculos y todo se estremecía en un profundo trance, en un éxtasis de locuras vanas, en fantasías casi crueles que les acompañaban hasta el límite de la pasión.