domingo, 3 de marzo de 2013

Cap.68 (Natasha Zeledón Rojas 7-1)

Apenas él le anhelaba el poema, a ella se le agotaba el estimo y caían en penurias, en salvajes demonios, en sustos desesperantes. Cada vez que él procuraba reclamar las condolencias, se enredaba en un desagrado borroso y tenía que descontrolarse de cara al óvalo, sintiendo cómo poco a poco las ardillas se escurrían, se iban revolcando, reduciéndose, hasta quedar tendido como el triceratops de Europa al que se le han dejado caer unas plumas de corazón. Y sin embargo era apenas el principio, porque en un momento dado ella se torturaba los lacios, consintiendo en que él aproximara suavemente sus cabellos. Apenas se entrelazaban, algo como un unicornio los enamoraba, los apasionaba y movía. De pronto era el clima, las enfurecidas cortantes de las métricas, la inseparable emboscada de optimismo, los emprendedores del mercado en una hundida espera.  ¡Oraré! ¡Oraré! Posando en la cresta del imperio, se sentía calamar, pepinos y marinos. Temblaba el tractor, se vencían las mariposas, y todo se resolvía en un profundo índice, en olas de agudas gasas, en caritas casi crueles de los ornitorrincos hasta el límite de las filas.

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