Apenas él le alababa su belleza, ella se columpiaba
en el silencio, caían hormigas, salvajes demonios en pétalos desesperados. Cada
vez que él procuraba acercarse, los insectos se enredaban en un tejido
quebradizo y tenía que incorporarse de cara al talón, sintiendo cómo poco a
poco sus piernas se quebraban, se iban apretando, reduciendo, hasta quedar
tendido como el trapecio al que se le han dejado caer unas figuras de
caricatura. Y sin embargo era apenas el principio, porque en un momento dado
ella se levantaba del silencio, consintiendo en que él aproximara suavemente
sus lunas. Apenas se columpiaban, algo como una luz los encendía, los excitaba
y movía, de pronto era el silencio, las fragancias conmovedoras de los gemidos,
el llanto, la lluvia del orgullo, las promesas de una madre golpeada. ¡Evade!
¡Evade! Volcanes en el mujeriego, se sentía palpitar, felinos y barbudos,
temblaba, se vencían las marionetas, y todo se resolvía en un profundo pincel,
en palomas de erguidas alas, en caras casi crueles que los operaban hasta el
límite de la cúspide.
No hay comentarios:
Publicar un comentario